← Back to Articles

Una palabra con historia y una herencia familiar compartida

“Arremangate”: cómo el lenguaje cotidiano puede contener vínculos, memoria y afecto

Dra Stella Bullo

¿Qué puede contener una sola palabra o una frase? No en teoría, sino en los momentos cotidianos en que sale de la boca sin esfuerzo. Podría ocurrir, quizás, de paso entre dos personas que se conocen bien, en la pausa entre un gesto y una mirada. ¿Puede llevar historia? ¿Puede guardar afecto? ¿Puede viajar a través de generaciones y llegar intacta al presente?

Hace unos días vino a visitarme mi prima. Es hija de la hermana de mi mamá, y entre nosotras hay una afinidad profunda y casi innata de gestos, silencios y hábitos transmitidos.

Después del almuerzo, me levanté para lavar los platos. Sin pensarlo, metí las manos en el agua sin subirme las mangas. Ella, con un tono seco y urgente, me dijo: ¡Arremangate!.

Lo hice. Sin pensarlo.

Para cualquier otra persona, esa palabra dicha así, sin suavizadores, sin contexto, sin una sonrisa o una cargada de por medio, podría haber sonado un tanto ruda o autoritaria. Quizás hasta descortés. Pero para nosotras no fue así. Fue una especie de contraseña compartida. Un gesto con nombre propio que nos conectó, de golpe, con una forma de estar en el mundo.

Como lingüista, sé más que bien que el lenguaje no se entiende por lo que se dice literalmente, sino por cómo, cuándo y entre quiénes se dice. Lo que a veces suena brusco o descortés desde afuera puede ser una muestra de intimidad desde adentro. En mi familia, como en tantas otras, hay formas de hablar que parecen duras, pero que en realidad están cargadas de afecto. No suavizamos porque no hace falta. Lo que se dice viene con una capa de historia, afecto y lenguaje compartidos.

Además, lo que se activa en ese momento no es solo una interpretación lingüística, sino un tipo de conocimiento acumulado que vive en nosotras en forma de recuerdos, imágenes, emociones y rutinas familiares. Arremangate no es solo un verbo reflexivo en imperativo. Es una advertencia implícita que dice: vos sabés muy bien que así no se hace.

Esa palabra encerraba no solo una corrección conductual, sino una corriente de afecto muy arraigada. Porque cuando ella la dijo, también dijo sin decirlo: te cuido, me importás, te reconozco como parte de esto que compartimos. Y cuando la obedecí sin dudar ni pensar, respondí implícitamente: sí, lo sé, yo también vengo de ahí, en esto estamos juntas.

La mamá de mi prima ya no está. Tal vez por eso, en esa palabra también había una sombra de melancolía. Una forma de presencia. Una forma de continuidad. Y eso es lo que el lenguaje a veces nos permite: decir sin explicar. Dejar que una sola palabra, una que quizás otros tachen de brusca, funcione como abrazo, como eco, como ancla.

Arremángate. Yo también te quiero, prima.

Algunas palabras no se traducen, o no se deberían traducir. No porque no tengan equivalente gramatical, sino porque el contexto que las envuelve no es traducible, solo vivido. Palabras como arremangate, en este contexto, contienen historia, vínculo, cuerpo y pérdida.

Porque en ese instante, una sola palabra sostuvo memoria, afecto y el peso de vidas entrelazadas.

¿Qué puede contener una sola palabra o una frase?