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Gramáticas privadas: lo que Toc Toc me enseñó sobre lenguaje y obsesiones

Dra Stella Bullo

¿Cuál es tu TOC? El mío, si es que lo tengo, se inclina hacia la simetría. No es incapacitante, pero está ahí, como una brújula silenciosa que se inquieta si algo se tuerce. Me incomoda un cuadro apenas inclinado, una hilera de sillas con una fuera de lugar, una estantería donde un solo libro rompe la línea. Y aunque parezca un detalle menor, entiendo que esa búsqueda de orden no es solo para que el cuadro se vea simétrico y alineado, sino también para yo estar bien, de darle forma a mi vida, de aferrarme a lo que puedo controlar.

Ensayando Toc Toc con el grupo de teatro independiente de Berrotarán, el pueblo donde vivo, esa pequeña manía mía dejó de ser una curiosidad personal para convertirse en un hilo de pensamiento. Porque al compartir escena con personajes que encarnan distintas manifestaciones del trastorno obsesivo-compulsivo, vi que lo que nos separa no es tanto la naturaleza de nuestras obsesiones como su intensidad y visibilidad.

La obra pone en primer plano un hecho incómodo: el mundo que vemos y tocamos es, en buena medida, una construcción que responde a nuestros miedos y condicionamientos. El lenguaje es la herramienta con la que edificamos esa realidad y, a la vez, la prueba que la legitima. En algunos casos, su función es explícita, como en quien vive con Tourette y no puede evitar que su habla rompa las normas de cortesía. En otros casos, es más sutil, como quien reza desaforadamente para sentirse protegida… hasta de sus propias acciones.

Y que, al final, todos usamos el lenguaje para sostener una idea del mundo que podamos habitar. En Toc Toc, cada personaje me recordó que el lenguaje no es solo comunicación: es refugio, límite y mapa personal que, en definitiva, nos deja una lección.

Gramáticas privadas: seis retratos del lenguaje en escena

Para el que vive con Tourette, el lenguaje es un animal vivo que no se deja domar. Las palabras le brotan sin filtro, irrumpiendo en la conversación y rompiendo las normas sociales y lingüísticas de cortesía que damos por sentadas. Nos recuerda que no siempre elegimos lo que decimos.

Para el aritmomaniaco y acumulador, cada diálogo es una contabilidad minuciosa. Su mundo es un archivo. Habla como quien pasa inventario: todo debe ser contado, registrado, archivado. Cada número es una estaca que fija la realidad en su sitio. Contar es retener, y retener es no dejar que nada —ni un objeto, ni una palabra— se pierda en el olvido. Nos recuerda que, para muchos, el lenguaje no es solo para comunicar: es para conservar.

Para la obsesiva por la limpieza, cada frase suya está acompañada por un chorro de alcohol en spray. Cada accionar suyo marca un protocolo sagrado. Su léxico está plagado de bacterias, virus, contaminación. Habla midiendo la distancia, evitando que el otro invada su espacio. Nos recuerda que el lenguaje también puede ser un perímetro de seguridad.

Para la verificadora compulsiva, el lenguaje es un bucle de comprobaciones. Entre revisión y revisión, reza. Su plegaria es un doble cerrojo, un conjuro que la protege incluso de sí misma. Nos recuerda que el lenguaje puede ser un acto ritual: una forma de calmar lo incierto, aunque la certeza solo exista en nuestra mente.

Para la repetidora que dice todo dos veces, no es énfasis ni descuido: es supervivencia. En su cabeza, repetir es asegurarse de que el mundo no se desate. Cada duplicación de palabras es como un nudo doble en una cuerda que sostiene su realidad. Nos recuerda que el lenguaje puede ser un conjuro contra el miedo, una forma de mantener el mundo atado a un punto seguro.

Para el fanático de la simetría que alinea objetos con precisión milimétrica y vive en la prisión de las líneas rectas, cada desviación es una amenaza. Se enamora de la repetidora porque, según él, la repetición es el epítome de la simetría: dos frases idénticas, una al lado de la otra, como reflejos enfrentados en un espejo. En él me reconozco: el orden externo como proyección, y a veces ilusión, del orden interno que buscamos. Nos recuerda que la armonía visual puede ser el espejo de un deseo de armonía interno, y que a veces esa simetría es solo un refugio que fabricamos para sostenernos.

Del escenario al mundo: empatía, humor y el valor de la representación

Toc Toc me hizo pensar que nuestras palabras no siempre describen la realidad tal cual es, sino como necesitamos que sea para poder vivir en ella. Quizá tu TOC no sea contar, rezar o repetir, pero seguro tienes un pequeño ritual, mínimo, íntimo, que, si te lo arrebataran, te dejaría expuesto. El mío, ya lo dije, es la simetría. El tuyo, quién sabe, quizá esté escondido en tu manera de hablar, en la pausa que siempre alargas o en el silencio que nunca rompes.

Participar en esta obra me recordó que el teatro es también un laboratorio de empatía: al encarnar a otros, por un momento vivimos dentro de sus obsesiones, de sus miedos y de sus lógicas internas. Reírnos juntos de esas exageraciones no es burlarse, sino reconocer que, en mayor o menor medida, todos somos así. El humor, bien usado, abre la puerta a la comprensión y desarma el juicio. La representación nos permite, al final, volver al mundo real un poco más conscientes de nuestras propias manías, más tolerantes con las de los demás, y agradecidos por ese espacio seguro donde el juego y la verdad pueden convivir.